AISPI 50. Las raíces

Aldo Ruffinatto

Accademia delle Scienze Università di Torino

En el mes de septiembre de 2012, exactamente hace 11 años, se celebró en A Coruña (lugar de nacimiento del primer presidente honorario de la Asociación Internacional de Hispanistas [AIH], don Ramón Menéndez Pidal) el cincuentenario de la Asociación, cuya fundación se remontaba al congreso de Oxford del septiembre de 1962. En tal circunstancia (la de 2012), siendo yo presidente en funciones de la AIH, tuve que pronunciar el Discurso Inaugural y se me ocurrió aludir, en el comienzo, a un dato meteorológico. Decía entomces: «No sé que tiempo hacía en aquel mes de septiembre de 1962 cuando en Oxford, en la prestigiosa sede de la Taylor Institution Library, se celebró el primer congreso fundacional de la AIH», y añadía: «A mí me gusta pensar que el viento cautivador y glorioso que soplaba entonces sobre los capiteles jónicos de Oxford era muy parecido al que acaricia ahora la torre de Hércules, y sobre todo que el sol radiante que nació entonces en la Taylor Institution Library era el mismo que nos alumbra ahora, cincuenta años después, en la Universidad de la Coruña» (Ruffinatto, 2014: 13).

Estas palabras, más allá de la captatio benevolentiae, denunciaban mi ausencia del teatro de la fundación de la AIH y, por lo tanto, la imposibilidad de actuar como testigo de los acontecimientos, pues en aquel lejano 1962 yo era un joven estudiante universitario aspirante a filólogo románico en Turín y ni siquiera pensaba que algunos años después hubiera emprendido la carrera de hispanista. En aquel entonces los nombres de los fundadores de la AIH, con la excepción de algunos maestros de renombre internacional (como, por ejemplo, Menéndez Pidal o Dámaso Alonso o Marcel Bataillon), sonaban a mis oídos como extraños o lejanos de mis intereses culturales.

Por el contrario, once años después (y estamos en mayo de 1973), mi nuevo perfil profesional estaba bien definido hacia el hispanismo, merced, sobre todo, al felicísimo encuentro con Lore Terracini que en 1966 se había trasladado a Turín para ocupar la primera cátedra de lengua y literatura española en la Facultad de Letras. Por esta razón entré en la lista de los destinatarios de la carta enviada por Mario Di Pinto, Giuseppe Di Stefano, Alessandro Martinengo e Carmelo Samonà con el propósito de sentar las bases para una Asociación Italiana de Hispanistas (Dolfi, 1998: 7-8).

Puedo por tanto afirmar con toda tranquilidad que en el mes de mayo de 1973 yo estaba allí, en Cortona, compartiendo el entusiasmo general de los participantes en favor de la creación de un organismo que nos permitiera salir del rincón oscuro, en que hasta entonces muchos de nosotros estábamos relegados, para conseguir una presencia efectiva tanto a nivel nacional como internacional. En efecto, la naciente Associazione Ispanisti italiani (Aispi) tenía el firme propósito de colocarse  al lado de otras asociaciones de hispanistas, (incluso la internacional) ya presentes y vivas en aquel entonces, para favorecer el desarrollo de lo hispánico en Italia mediante el estudio de asuntos referentes a las lenguas y literaturas peninsulares y latino-americanas, y de los aspectos culturales relacionados con ellas.

Fue así que en el primer encuentro cortonés se sentaron las bases para la creación de la Aispi y se perfilaron con nitidez los centros de radiación de la inciativa: Pisa (Mancini, Di Stefano, Martinengo), Roma (Carmelo Samonà, Dario Puccini) y Nápoles (Mario Di Pinto), flanqueados por Venecia, Pavia y Palermo. A los que convendría añadir Turín, debido al apoyo inmediato y entusiasta de Lore Terracini (que en aquel entonces, si bien había vuelto a Roma, seguía desempeñando un papel de gran relevancia en la Facultad de Letras de dicha Universidad donde, entre 1966 y 1972, había ocupado la ya mencionada cátedra de lengua y literatura española inaugurando la enseñanza de esta asignatura en una Facultad que hasta entonces había pasado por alto el mundo histórico, lingüístico y literario de la Península Ibérica). Sin olvidar la adhesión de Giovanni Maria Bertini que desde los primeros años del posguerra desempeñaba el rol de profesor de español en el ámbito universitario turinés, aunque en una Facultad que se consideraba impropiamente menor como la de Magisterio (Facoltà di Magistero).

No fue casual, pues, el hecho de que en el encuentro cortonés de 1973 se le confiara a Bertini la primera de las comunicaciones científicas leídas en esa ocasión. Cuyo título («Impostazione di una ricerca sui rapporti tra la letteratura spirituale spagnola del Cinquecento e la letteratura italiana del Seicento» [Dolfi, 1998, p. 8, n.5]) planteaba ya de por sí un programa y manifestaba la orientación preferentemente comparativa (italo-española) de su quehacer de hispanista. Una orientación que podría calificarse de “italocéntrica” y que el hispanismo italiano había heredado de Benedetto Croce y también de un germanista (prestado al hispanismo) que se llamaba Arturo Farinelli, amén de otros como Giovanno Boine y Cesare de Lollis. Un homenaje a la tradición, pues,  que sin embargo no encontró respaldo en las demás comunicaciones de este convenio que plantearon una más clara orientación hacia perspectivas no vinculadas con relaciones de dependencia o de contacto entre dos culturas, sino más bien hacia el estudio de una realidad lingüística, literaria y cultural independiente y autónoma rastreable en sus distintas facetas (una perspectiva más bien “hispano-céntrica”).

Hacia este planteamiento se movían las investigaciones filológico-textuales de Branciforti (Per una edizione critica del Rimado de Palacio), las bibliográficas (sobre el teatro barroco) de Maria Grazia Profeti y los enfoques críticos de Giuliana Di Febo (la problemática femenina en las obras de Galdós), y de Pietro Palumbo (sobre lase Coplas d Jorge Manrique). Mientras que, al lado del interés de Grilli por el catalán y de Meo Zilio por el hispano-americano, se abrían dos grandes temas que entregarían  un sello especial al hispanismo italiano, en general, y a la Asociación, en particular. Hago referencia, en primer lugar, a la comunicación de Giuseppe De Gennaro sobre los métodos y las técnicas para la enseñanza de las lenguas extranjeras, una primera cala en la glotodidáctica que hubiera marcado el camino para el sucesivo afianzamiento de la lengua española como asignatura autónoma y separada de la de literatura en los ámbitos universitarios. Y me refiero, en segundo lugar, a la intervención de José Luis Gotor que hacía hincapié en la recepción del universo literario hispánico en los libros de texto italianos invitando simultáneam. a una reflexión sobre la calidad de la didáctica que se impartía a los alumnos de la universidad italiana. Es decir, una especie de introducción a lo que llegará a ser uno de los asuntos básicos de las invetigaciones sucesivas sobre la didáctica de la literatura; un tema que Lore Terracini desarrolló en el primer convenio oficial de la Aispi en Pisa (del que hablaré dentro de poco).

Francesco Vian, finalmente, con una comunicación sobre las posibles relaciones entre la naciente Aispi y la Asociación Europea de Profesores de Español, adelantaba lo que habría sido una orientación preeminente de la Aispi desde el momento de su fundación, es decir la de abrirse a todos los profesores de español sin distinción entre universitarios o de instituto, ofreciendo, además, la posibilidad de formar parte de la Asociación a todos los peritos en cosas hispánicas y/o iberísticas faltos de estructuración, así como reza el art. 2 del Estatuto de la Aispi: ««L’Associazione ha per fine di promuovere contatti e incontri regolari fra gli studiosi italiani dell’ambito iberico per favorirne il compito di ricerca scientifica e d’insegnamento a tutti i livelli» (Dolfi, 1998: 9, n. 8).

Con estas directrices culturales y con la constitución de una primera junta directiva que comprendía a Giovanni Maria Bertini en calidad de Presidente, Giovanni Caravaggi y Carmelo Samonà (vicepresidentes), Alessandro Martinengo (secretario) y Giuseppe Di Stefano (tesorero), la recién creada Asociación de Hispanistas Italianos se dispuso a redactar un proyecto de Estatuto en 13 (y después 14) puntos con vistas al siguiente Convenio y a su ratificación.

Los responsables de la composición de este documento trabajaron realmente muy bien, con admirable sabiduría y prudencia (que en un acto oficial come éste nunca viene mal), pero sobre todo con suma precisión: nada se dejó al azar o a la incertitumbre, desde los datos meramente burocráticos (como la indicación de una sede y la normativa patrimonial), pasando por los datos propositivos y estructurales (finalidad, socios y órganos de la asociación) hasta llegar a las tareas confiadas a los distintos componentes de la asociación (asamblea, Junta Directiva, Presidente de la Junta, secretario, tesorero). Sin olvidar el proceso de registro del documento ante notario, etc.  En fin, todo conforme a la ley; y si insisto en este asunto es porque durante el período en que se me confió a mí la presidencia de la AIH (de 2010 a 2013) tuve que tomar conciencia de que esta prestigiosa asociación internacional, medio siglo después de su fundación, carecía de un verdadero estatuto y seguía basándose en un borrador provisional redactado en el congreso de Oxford, defectuoso en muchas partes y sin ningún carácter oficial.

A mí por lo tanto me correspondió la pesada y difícil tarea de procesar un nuevo estatuto de la AIH sin romper la continuidad con el texto del borrador de Oxford pero ofreciéndole el carácter oficial del que carecía. Naturalmente, para llevar a cabo esta labor busqué respaldo en mis colaboradores más estrechos y expertos (Carlos Alvar y el llorado Aurelio González, principalmente) y en los modelos ofrecidos por los estatutos ya vigentes de las distintas asociaciones nacionales de hispanistas y sobre todo en el estatuto de la AISPI, cuya perfección formal aseguraba un punto de referencia firme para nuestras necesidades. De modo que me veo obligado a confesar que si la Internacional de Hispanistas cuenta ahora con un documento consitutivo estatutario legítimo y formalmente correcto, se lo debemos también a la obra de los que en el Aispi contribuyeron en la elaboración de un texto con rasgos verdaderamente modélicos.

Se me ocurre aquí recordar que la primera redacción del Estatuto Aispi, tras sufrir una ligera modificación en la reunión asamblearia del primer Congreso de la Asociación que se celebró en Pisa en el mes de enero de 1974, vio su aprobación definitiva en junio de 1975 en Cortona. A mi juicio, estos dos lugares fueron esenciales para la creación de una asociación sumamente dinámica, abierta y lanzada hacia un radiante porvenir.

De hecho, el congreso pisano de 1974 ofreció a la Aispi un excelente sello de garantía, pues en su parte científica gozó del respaldo de cinco Grandes de la filología, del hispanismo y del lusitanismo italiano, bien dispuestos a ofrecer los resultados más relevantes de sus recientes investigaciones: Alberto Varvaro, por medio de un analisis transformacional del romancero fronterizo; Guido Mancini, reflexionando sobre las figuras de la retórica en la literatura religiosa de la segunda mitad del XVI; Luciana Stegagno Picchio, considerando las oposiciones formales y las convergencias en la literatura y en la realidad brasileña. Y a continuación, Cesare Segre comprometido en un sofisticado análisis conceptual de la primera Égloga de Garcilaso, para llegar finalmente a Lore Terracini y a su mensaje revolucionario sobre la didáctica de la literatura. Como muestra de que la Aispi daba principio a su glorioso camino del mejor de los modos haciendo ver que se fundamentaba en sólidas bases y pretendía situarse en una posición importante respecto a los demás hispanismos de todo el mundo.

Puedo certificar lo dicho merced a mi experiencia como Presidente de la AIH en el trienio 2010-2013. Entonces tuve la oportunidad de contactarme con varias asociaciones de hispanistas: en Europa (Polonia, Alemania, Inglaterra, Francia), en América (Estados Unidos, Argentina, México), en el Oriente Medio (Israel), en África (Egipto, Túnez) y, por supuesto, en la Península Ibérica. Ahora bien, en virtud de esta preciosa experiencia pude, por un lado, comprobar cómo el hispanismo (en su significado específico, de estudio de España, Hispanoamérica, y, en general, del mundo hispanohablante y de las culturas hispanas) gozara de amplia consideración en todos lo lugares que tuve la oportunidad de visitar; mientras que, por otro lado, pude constatar cómo el hispanismo italiano y su órgano representativo (el de la Aispi) fuera depositario de propiedades, virtudes y rasgos distintivos sopresalientes con respecto a los demás hispanismos (incluso el de la Península Ibérica). Y no lo digo por nacionalismo, porque el País al que me siento más vinculado cultural y sentimentalmente es sin duda ninguna España, sino más bien porque opino que ésta sea (es) la realidad de las cosas. Una realidad que hunde sus raíces en los años setenta del siglo pasado cuando un puñado de profesores universitarios de español tomó la decisión de convocar una asamblea para la creación de una asociación de hispanistas italianos. Dos años (desde 1973 hasta 1975) fueron suficientes para que dicha asociación tomara una clara configuración y fuera capaz de desempeñar un papel destacado en el ámbito de los estudios lingüísticos, literarios y socioculturales dedicados a la Pensínsula Ibérica y al mundo hispano-americano.

En resumidas cuentas, la Aispi logró recortarse un espacio operativo no despreciable y por cierto no marginal frente a las demás asociaciones (incluida la Internacional) que actuaban en el mismo sector; y sigue ofreciendo a los estudios hispánicos una contribución importante en todos los niveles gracias al esfuerzo constante y a la firme competencia de sus socios que supieron darle acogida y hacer fructificar el legado trasmitido por sus padres fundadores.

Y me perdonarán si me apoyo en una metáfora obsoleta y del todo lexicalizada pero no puedo dejar de subrayar el hecho de que si el árbol de la asociación de hispanistas italianos ha crecido tan frondoso y exuberante ello se debe principalmente a sus raíces, las que entre Cortona y Pisa dibujaron una trama profunda, la misma que intenté poner de relieve en este breve informe sobre sus orígenes.

 

 

Referencias bibliográficas

 

Ruffinatto, Aldo (2014), La AIH en su primera cincuentena, mirando hacia el futuro. Discurso inaugural, en “Cincuentenario de la Asociación Internacional de Hispanistas”, A Coruña, Universidade da Coruña, Servizo de Publicacións.

 

Dolfi, Laura (1998): Storia dell’AISPI (Associazione Ispanisti italiani) 1973-1997, Roma, Bulzoni.